La Real Academia Española define a la palabra platina como un trozo de metal derivado de la plata, asociándolo directamente a un elemento químico de la tabla periódica. Quizás una explicación demasiado científica e incluso innecesaria para un pueblo cuya imagen primaria al asociarla, es la de un puente en mal estado y ¿por qué no? a largas y desgastantes presas.
Los ticos no tenemos la culpa de poseer esa distorsión tan significativa de concepto, son muy pocos los que han tenido la suerte de no verse afectados por esta problemática de años sobre una de las autopistas de mayor tránsito del país, nada más y nada menos que la General Cañas o en su nomenclatura operativa, la ruta nacional 1. Más de 70 mil vehículos pasan a diario por tan importante corredor vial.
Pero ¿por qué seguimos llamando “la platina” a un puente que ha padecido prácticamente detodo en los últimos años y no solo de una simple platina? Bueno, la explicación puede ser más sencilla de lo que creemos; al parecer a los ticos nos parece más divertido burlarnos de los problemas que buscar soluciones, nos es más fácil criticar destructivamente que constructivamente y sobre todo preferimos quedarnos con la versión light que investigar los por menores a cualquier asunto.
Para recordar el largo padecer de nuestro querido paciente de enfermedad terminal, mal llamado “el puente de la platina”, debemos remontarnos a prácticamente una década atrás cuando una junta de expansión (elemento vital en la dinámica estructural de un puente), sufre una falla de borde y ocasiona que se desprenda la famosa platina, dejando la junta de expansión al descubierto y provocando con ello un fuerte golpeteo de las llantas sobre dicha abertura. Hasta aquí todo estaba dentro de lo normal, había una falla que era urgente reparar, así que con un poco de concreto y colocando una nueva platina en teoría se solucionaría todo sin mayor inconveniente.
Sin embargo, al pasar de los días, la misma falla de borde se reflejó nuevamente en el mismo sitio de la reparación, provocando el enojo justificado de los usuarios de nuestro querido puente. Las autoridades procedieron a reparar de nuevo la afectación. No obstante, al cabo de varios meses y múltiples reparaciones, todas temporales y de emergencia, dieron al traste que los ciudadanos bautizaran con el nombre de “la platina” a modo de mofa y enojo a la vez, a una estructura que estaba muy próxima a ser diagnosticada de crítica e incluso de alto riesgo.
Tan es así, que muchos trabajos estructurales le prosiguieron con el único objetivo de reforzarlo y perdurarlo mientras se construía un nuevo puente que sustituyera a la polémica estructura, que dicho sea de paso, presentaba preocupantes diferencias entre los planos constructivos que databan de 1944 y lo que realmente se construyó y operó durante décadas.
Actualmente, luego de múltiples trabajos, por fin se construye un nuevo puente que pretende archivar para siempre la lamentable experiencia que fue aplicar cuidados paliativos a un enfermo que solo estaba esperando el fin de sus días.
Pero el problema de la platina no pertenece solo a un puente capitalino, que por cierto, el Gobierno intenta a como dé lugar, que se le deje de llamar así al bautizarlo recientemente como el Puente Alfredo González Flores. Esa odiosa platina, podemos trasladarla metafóricamente a nuestras vidas. Puede sonar extraño pero nuestra sociedad, al igual que el puente supra citado, vive día a día con diversas platinas que la afectan significativamente.
La platina de las presas nos golpea cada vez que decidimos sacar un vehículo para todo, en vez de caminar o utilizar el transporte público.
La platina de la contaminación nos impacta cada vez que decidimos verter las aguas negras al río para ahorrarnos un tanque séptico o cuando tiramos basura al suelo por no buscar un basurero.
La platina de la delincuencia nos ultraja cada vez que se permite la deserción escolar o la desatención en el crecimiento integral de los niños, ellos serán el bienestar del mañana o nuestras amenazas.
La platina de la pobreza nos asfixia cuando permitimos que esa pobreza sea mental, cuando no queremos avanzar o simplemente no nos esforzamos por ser mejores ciudadanos cada día.
La platina de la ignorancia nos empodera cada vez que dejamos de leer, informarnos o estudiar en un mundo globalizado que cambia a cada instante y que exige que estemos bien informados.
La platina de la violencia, nos domina cada vez que maltratamos a alguna persona o un animal indefenso por el simple hecho de sentirnos cobardemente superiores.
Existen muchas platinas más que no azotan que no valen la pena ni siquiera citar. No debemos cometer los mismos errores del pasado, las platinas solo son la punta del Iceberg, ya que el problema por lo general es mucho mayor. No sigamos reparando las platinas de nuestra sociedad, porque por experiencias anteriores, tarde o temprano todo empeorará.
Al igual que en el río Virilla, debemos construir un nuevo puente que entrelace nuestros deseos y añoranzas con su materialización a futuro. Dejemos las platinas mentales a un lado, y aboquémonos a construir una mejor y más próspera sociedad, nunca es tarde para alcanzar los objetivos vitales del desarrollo.
Por: Esteban F. Coto Corrales / Cédula: 11660807