Hace nueve años, Sarah Phelps empacó su maleta en Estados Unidos y voló hacia un destino desconocido: San Carlos, Costa Rica.
Lo que comenzó como una oportunidad laboral en un colegio privado en Ciudad Quesada, se convirtió en una historia de amor con una tierra que hoy siente como suya.
La oportunidad le llegó por una coterránea que ya trabajaba aquí y a ella le sumó que en la universidad estudió español y la enseñanza del inglés. Así llegó a la Green Forest.
“Los primeros días fueron un choque: la cultura, el clima, era invierno y todo estaba mojado, ese montón de lluvia no sabía dónde estaba y estaba medio arrepentida porque todo era distinto. Pero pronto me enamoré de la naturaleza, las personas y la cultura de San Carlos”, cuenta Sarah con una sonrisa.
Muy rápido quedó encantada de la escuela, de sus estudiantes, de su nuevo día a día y así se tranquilizó.
Y fue en uno de esos primeros días, en el bullicioso mercado de Ciudad Quesada, que conoció al que sería su esposo.
«Nos conocimos en la soda de los Víquez y empezamos a salir como novios al año y medio después», recordó.
Juntos comenzaron a explorar Costa Rica de la mejor manera: caminando, descubriendo senderos, cataratas, playas, y todo lo que esta tierra tiene por ofrecer.
“Gracias a él he podido conocer los lugares más chivas e increíbles de Tiquicia”, dice con cariño.
Hoy, casada desde hace cuatro años y acompañada de su perrita Lola, Sarah no solo domina el español a la perfección, también baila folklore costarricense con la compañía Bajyrá de San Carlos desde hace dos años.
“Las enaguas típicas, la música, el baile son de las cosas más bellas que tiene este país. Solo superadas por su gente tan cálida y amable, me encanta”, relató.
Sarah no duda al decirlo: “Casi me siento más tica que gringa, y específicamente más sancarleña”.
Aquí ha madurado, ha florecido, y ha formado una vida plena. Su trabajo como profesora le llena el corazón: “Enriquece mi vida de una manera completa. Estoy súper agradecida con mis compañeros y estudiantes”.
Recuerda que los primeros amigos que hizo fueron cuando se veía sola en las calles y siempre encontró manos que le ayudaran.
Ahora su esposo y ella reciben a visitantes extranjeros para ayudarles tal y como ella vivió la experiencia.
Con un amor profundo por esta tierra y el deseo de seguir construyendo su historia en Costa Rica, Sarah es el reflejo de cómo San Carlos no solo recibe personas, también las transforma.